jueves, 8 de enero de 2015

Sobre el lenguaje en PROCYON


     Todas las lenguas que en el mundo han sido, presentes o pasadas, vivas o muertas, han devenido en una versión popular, incorrecta en su sintaxis, laxa en la semántica de sus vocablos y preñada de palabras malsonantes cuando no de extranjerismos de innecesaria importación. Supongo que eso ocurrió con el acadio, el arameo, el griego, el latín... En su momento fueron la lingua franca, el idioma común y comercial de los imperios que las difundieron, y sus versiones vulgares, universales por necesidad y locales por vocación, dieron lugar, tras la caída de tales imperios, a nuevas lenguas de muy diferente pelaje y condición.
      ¿Y cómo sería el idioma común de los habitantes de la Federación, en el siglo XXV? Ni puñetera idea. Cabe imaginar una mezcla degradada del inglés (lingua franca del comercio y la diplomacia actuales), con abundantes préstamos del español (palabras concretas y simplificación de la pronunciación y escritura), del chino, del ruso, del francés, del alemán (términos técnicos, sobre todo), del hindi... y Dios sabe qué más.
     Es de suponer que en cada planeta el lenguaje tendería a evolucionar independientemente, según la procedencia de sus colonos y del aislamiento obligado por las enormes distancias estelares, aunque la existencia de Supranet permitiría la comunicación “en tiempo real” entre todos los ciudadanos de la Federación y mantendría una cierta cohesión lingüística o, al menos, una mínima unidad idiomática. Aún así, seguro que habría versiones vulgares de esa lengua común. Los seres humanos siempre han tendido a personalizar (¿a “customizar”?) sus pertenencias más queridas. El idioma no iba a ser menos.
        Teniendo presente todo esto, me planteé cómo deberían hablar los personajes de “Procyon”.
Podría haber optado por inventarme un lenguaje futurista, como hizo Anthony Burguess en “La naranja mecánica”, incrustando en la conversación vocablos inventados, nacidos de la mera evolución de la sociedad o derivados del ruso (o de cualquier otra lengua) que reflejarían la mezcolanza idiomática del momento.
     También podría haber inventado un “castellano degradado”, al estilo de Russell Hoban en “Riddley Walker”, usando multitud de apócopes y abreviaturas, gran cantidad de palabras malsonantes, participios acabados en -ao...
     Finalmente decidí que lo que le pegaba a la serie era utilizar un lenguaje sencillo, salpicado de vocablos en desuso (“caramba”, “bellaco”, “cantamañanas”) pero fácilmente comprensibles, y de frases hechas decididamente trasnochadas (“¡Y un jamón con chorreras!”), con la intención de ejemplificar el estancamiento cultural en que se encuentra la humanidad en ese momento y provocar un deseable efecto cómico. Espero haberlo conseguido.
     En cuanto a la ausencia de tacos (algo sobre lo que me han preguntado), no he querido incluirlos en esta obra porque, aparte de no querer ofender a nadie y mucho menos a los posibles lectores menores de edad, me parece que una inmensa mayoría de estos “palabros” en castellano, por su origen medieval o renacentista, hacen referencia a una supuesta falta de honra u honor y a comportamientos sexuales “no normalizados” (por no hablar de los referidos a las mujeres, que siempre van por el mismo lado), y quiero creer que en la Federación del siglo XXV, a pesar de todos sus defectos, esas rancias ideas han quedado felizmente superadas.

     R. MACHUCA- 8 de enero de 2015 (¡Viva la libertad de expresión!)