viernes, 7 de agosto de 2015

Sobre Propulsión Estelar en "PROCYON"-

Cuando uno se plantea poner en pie una serie de ciencia ficción, lo primero que debe definir son los límites del entorno en el que se va a mover.
El primer punto que tenía claro cuando comencé a bosquejar cómo sería “Procyon” era que no quería que NADA viajara a mayor velocidad que la de luz: no existiría la propulsión hiperespacial (caprichoso que es uno). Deseaba que la velocidad de desplazamiento de los personajes de un lugar a otro (ya fueran Planetas o Sistemas estelares) condicionara de forma dramática sus vidas, recreando, en la manera de lo posible, la tortuosa movilidad de las personas de los siglos XVII, XVIII y XIX. Imaginad: el tío Anastasio, prestigioso comerciante europeo del siglo XVIII, siente la imperiosa necesidad de viajar hasta Australia para ampliar su oferta comercial (importar leche de canguro, es un suponer). Invertirá muchos años en ir hasta allí en un lento barco de vela, contactar con los habitantes del lugar, hacer un estudio de mercado, darse cuenta de que la cosa es inviable dado el raudo deterioro de la mercancía y la lentitud e inadecuación de los medios de transporte y, finalmente, regresar a su patria en otro lento velero (si es que al final se decide a hacerlo)... ¡y encontrarlo todo sorprendentemente cambiado! El buen gobierno que dejó es ahora una terrible dictadura, los aliados de antaño son los enemigos acérrimos de hoy, su amada esposa si es que no ha muerto se habrá buscado un “pudiente protector” para capear los vaivenes económicos que ha sufrido el negocio durante la prolongada ausencia de su marido, y su queridísimo hijo, que dejó en la escuela primaria, se habrá convertido en un zángano universitario que no hace más que meterse en jaleos. ¿Se entiende el cuadro?
Por ese motivo y no otro eliminé de la serie los “hiperespacios”, “agujeros de gusano” “plegamientos espacio-temporales” y otros magníficos atajos que simplifican notablemente la narrativa aunque su viabilidad física esté aún por demostrar.
La separación media entre las estrellas en nuestra Vía Láctea es de unos 4 años luz, aunque se hayan encontrado algunas más próximas (la más cercana a nuestro Sol es Alfa del Centauro que se encuentra a 4,5 años luz).
Pueden llevarnos a engaño unos números tan pequeños pero lo cierto es que se trata de una monstruosa distancia para ser recorrida en un tiempo discreto (el de la vida humana) a la máxima velocidad lograda por nuestros cohetes químicos actuales.
La idea fundamental es que las naves de la serie deberían desplazarse con la velocidad suficiente como para cubrir la distancia entre dos estrellas de la Federación en un tiempo razonable (2 años luz en 3 años de viaje, por ejemplo) y no tan rápido como para hacer sentir a sus ocupantes los efectos de la relatividad (que el tiempo pase para ellos muchísimo más despacio y no envejezcan), pues para ese fin ya había pensado en la hibernación de los tripulantes.
Así pues, ¿qué tipo de motores deberían emplear?
En algunos ensayos sobre el tema que he leído se exponen diversos tipos de motores interestelares que podrían existir en un futuro más o menos próximo, aunque ya se sabe que, normalmente, lo que nos deparará el porvenir no suele parecerse en absoluto a lo que habíamos previsto.
Las más pintoresca son, sin duda, las velas solares: las naves espaciales son propulsadas por gigantescas velas de varios kilómetros cuadrados de superficie que recogerían el impulso del llamado “viento solar” como lo hacían los veleros de antaño. No sé si el invento sería viable en los espacios interestelares pero la estética del conjunto chocaba frontalmente con la que quería dar a la serie.
Después nos encontramos con las evoluciones lógicas de los motores a reacción. Una vez desechados los combustibles químicos por poco eficientes para conseguir la velocidad adecuada se proponen motores nucleares o de antimateria: las explosiones controladas de estas sustancias dirigidas hacia atrás, impulsarán a todo trapo las naves hacia adelante (ya sabéis, la famosa tercera ley de Newton).
Luego están los motores iónicos y de fotones. La idea es la misma pero lo que se proyecta hacia atrás son haces de partículas ionizadas y rayos de luz respectivamente (no acabo de entender cómo puede proporcionar empuje la emisión de un chorro de partículas sin masa, pero eso es otra historia).
También he leído algo sobre motores gravitatorios: la nave proyecta delante de sus narices un agujero negro móvil que la hace avanzar por la atracción de su enorme gravedad (un poco como el burro y la zanahoria). La cosa suena un pelín fantástica, ¿no?
Por último reseñar unos artículos donde se hablaba de un misterioso motor electromagnético cuyo inventor afirma que solo funcionará si se prueba en el espacio exterior. Pues que lo haga, caramba, ¿a qué espera?
Llegados a este punto, solo me cabe decir que me encantan esas astronaves que se pasean por las buenas películas de ciencia ficción, con sus toberas encendidas al rojo vivo, cruzando los espacios siderales con un ruido sordo, físicamente imposible pero encantador... y así serán las naves que aparezcan en la serie “Procyon” (También me fascinan las locomotoras de vapor, ¿qué le vamos a hacer?).
¿Y cómo funcionan sus motores? ¡Qué más da! No es importante para el argumento así que no pienso decantarme por ninguna de las opciones antes descritas (Les he llamado “Hammerhead” porque suena bien no porque describan ningún mecanismo concreto).
Elegid vosotros mismos

RICARDO MACHUCA.