miércoles, 1 de abril de 2015

Sobre el humor (o la falta de él) en "Procyon"

En la pasada Expocómic de Madrid (diciembre de 2014), un perspicaz lector que se acercó hasta el stand de Dib-buks para que le hiciera un dibujillo, me comentó que le parecía sorprendente que este cómic, a pesar de sus momentos de humor y de la ligereza de su peripecia, tuviera un argumento tan dramático (“va en serio”, creo que fueron sus palabras). El comentario me pilló desprevenido y no supe qué contestar. Pero al rato me di cuenta de que tenía toda la razón: esto va a acabar pareciendo una tragedia griega... ¡y me niego a evitarlo!
Desde el principio quise que los protagonistas de esta historia no fueran las naves espaciales, las maravillas tecnológicas, la genética aplicada, los alienígenas o los “ciber-chismes” (inevitables moviéndome en los terrenos de la ciencia-ficción), sino los personajes y sus circunstancias.
Y pronto descubrí, en el proceso de edificación de este ambicioso proyecto, que podía disponer de personajes tan pintorescos o estrafalarios como la imaginación me lo permitiera, siempre y cuando las circunstancias en las que los situara fueran completamente “realistas” (al menos, todo lo “realista” que puede ser un universo fantástico, se entiende. Supongo que los personajes deben estar habituados a tratar con robots, naves espaciales, hologramas y ciberespacios varios, por ser estos comunes en su vida diaria). Si partía de una concepción surrealista, en la que puede pasar literalmente cualquier cosa (muy agradecida en cuentos, fábulas y relatos cortos), no lograría la deseada implicación emocional de los lectores. No se puede crear una situación de suspense si te importa un bledo lo que le ocurra al personaje. No hay manera de que te preocupes por la integridad física del protagonista si éste resulta ser invulnerable, como de plástico (Anacleto muere al final de cada historieta para reaparecer vivo en la siguiente, a Superman le tuvieron que inventar la kriptonita para darle vidilla y a James Bond no le pegan un balazo de gravedad ni queriendo). Además, es imposible que se entienda por qué cada personaje actúa como lo hace si no tiene tras él una historia coherente, un pasado que lo explique o, al menos, que lo justifique.
Y no solo eso. Decidí que mis personajes actuarían de la forma más “natural” posible en el brete en que les he metido y ante los terribles acontecimientos que les tengo reservados (es un aviso que os hago, como guionista de esta historia y como sádico vocacional... ¡que sin drama no hay sentimiento, caramba!). Quiero que mis criaturas rían, lloren, amen, duden, se enfaden y, sobre todo, que teman a la muerte. ¿Qué otra forma tengo de suscitar la empatía del lector? (Quizá estamos demasiado acostumbrados a esos personajes de novelas, películas y series de tv que no se sorprenden ante nada que les pueda acaecer, por rocambolesco que sea; o que se lían a tiros con sus propios familiares o amigos por un “quítame-allá-esas-pajas”; o que pierden a seres queridos en horribles catástrofes y lo olvidan a los cinco segundos...). En una palabra: quiero que mis personajes sean “humanos”. ¿Y qué hay más humano que el humor?
Supongo que en la “vida real”, si un tipo entra en un bar gritando que un vampiro anda suelto, el resto de los clientes no se van a poner al instante a fabricar estacas con las patas de las mesas; lo más probable será que le hagan chistes sobre su suegra o sobre el ministro de hacienda de turno. Si alguien vocifera en un centro comercial que Godzilla está pateando los coches en el parking, la gente no correrá despavorida a buscar refugio en el metro; lo normal será que le aconsejen cortésmente que deje de mezclar los medicamentos... hasta que el techo se desplome sobre sus cabezas. Si quedo con un colega para que me presente a una chica que quiere conocerme y el tío se presenta con Scarlett Johansson, lo lógico será que me vuelva loco buscando la cámara oculta. Y, lo que es más factible y no por ello menos triste, si un policía persigue, pistola en mano, a un ladrón por una calle abarrotada y grita “¡todos al suelo!”, como en las películas, lo más normal será que los transeúntes no hagan ni puñetero caso y, muy al contrario, se aúpen para ver mejor qué está pasando o para hacer unas fotos para su facebook con el consiguiente riesgo para su integridad física.
Así somos los seres humanos y así quiero que sean mis personajes. Y de ahí vendrán la mayoría de los motivos de humor de la serie: de la siempre sorprendente condición humana. Una fuente inagotable de bromas y chascarrillos, ¡qué le vamos a hacer!
No pretendo haber inventado nada nuevo. Cualquiera puede encontrar ejemplos de esto que digo en la Historia de la Literatura y la del Cine (desde Cervantes a Wodehouse y desde Hawks a Woody Allen. ¡Ilustres ejemplos, pardiez!). Solo me gustaría aportar mi granito de arena a esta larga tradición. Espero no defraudarla y tampoco a mis amables lectores. Gracias.

RICARDO MACHUCA