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domingo, 23 de agosto de 2015
sábado, 15 de agosto de 2015
viernes, 7 de agosto de 2015
Sobre Propulsión Estelar en "PROCYON"-
Cuando
uno se plantea poner en pie una serie de ciencia ficción, lo primero que debe
definir son los límites del entorno
en el que se va a mover.
El
primer punto que tenía claro cuando comencé a bosquejar cómo sería “Procyon”
era que no quería que NADA viajara a mayor velocidad que la de luz: no existiría la propulsión hiperespacial
(caprichoso que es uno). Deseaba que la velocidad de desplazamiento de los
personajes de un lugar a otro (ya fueran Planetas o Sistemas estelares) condicionara de forma dramática sus vidas,
recreando, en la manera de lo posible, la tortuosa movilidad de las personas de
los siglos XVII, XVIII y XIX. Imaginad: el tío Anastasio, prestigioso
comerciante europeo del siglo XVIII, siente la imperiosa necesidad de viajar
hasta Australia para ampliar su oferta comercial (importar leche de canguro, es
un suponer). Invertirá muchos años en ir hasta allí en un lento barco de vela,
contactar con los habitantes del lugar, hacer un estudio de mercado, darse
cuenta de que la cosa es inviable dado el raudo deterioro de la mercancía y la
lentitud e inadecuación de los medios de transporte y, finalmente, regresar a
su patria en otro lento velero (si es que al final se decide a hacerlo)... ¡y
encontrarlo todo sorprendentemente cambiado! El buen gobierno que dejó es ahora
una terrible dictadura, los aliados de antaño son los enemigos acérrimos de
hoy, su amada esposa si es que no ha muerto se habrá buscado un “pudiente
protector” para capear los vaivenes económicos que ha sufrido el negocio
durante la prolongada ausencia de su marido, y su queridísimo hijo, que dejó en
la escuela primaria, se habrá convertido en un zángano universitario que no
hace más que meterse en jaleos. ¿Se entiende el cuadro?
Por
ese motivo y no otro eliminé de la serie los “hiperespacios”, “agujeros de
gusano” “plegamientos espacio-temporales” y otros magníficos atajos que
simplifican notablemente la narrativa aunque su viabilidad física esté aún por
demostrar.
La
separación media entre las estrellas en nuestra Vía Láctea es de unos 4 años
luz, aunque se hayan encontrado algunas más próximas (la más cercana a nuestro
Sol es Alfa del Centauro que se encuentra a 4,5 años luz).
Pueden llevarnos
a engaño unos números tan pequeños pero lo cierto es que se trata de una
monstruosa distancia para ser recorrida en un tiempo discreto (el de la vida
humana) a la máxima velocidad lograda por nuestros cohetes químicos actuales.
La idea
fundamental es que las naves de la serie deberían desplazarse con la velocidad
suficiente como para cubrir la distancia entre dos estrellas de la Federación
en un tiempo razonable (2 años luz en 3 años de viaje, por ejemplo) y no tan
rápido como para hacer sentir a sus ocupantes los efectos de la relatividad
(que el tiempo pase para ellos muchísimo más despacio y no envejezcan), pues
para ese fin ya había pensado en la hibernación de los tripulantes.
Así pues, ¿qué tipo de motores deberían emplear?
En algunos
ensayos sobre el tema que he leído se exponen diversos tipos de motores
interestelares que podrían existir en un futuro más o menos próximo, aunque ya
se sabe que, normalmente, lo que nos deparará el porvenir no suele parecerse en
absoluto a lo que habíamos previsto.
Las más
pintoresca son, sin duda, las velas
solares: las naves espaciales son propulsadas por gigantescas velas de
varios kilómetros cuadrados de superficie que recogerían el impulso del llamado
“viento solar” como lo hacían los veleros de antaño. No sé si el invento sería
viable en los espacios interestelares pero la estética del conjunto chocaba
frontalmente con la que quería dar a la serie.
Después nos
encontramos con las evoluciones lógicas de los motores a reacción. Una vez desechados
los combustibles químicos por poco eficientes para conseguir la velocidad
adecuada se proponen motores nucleares
o de antimateria: las explosiones
controladas de estas sustancias dirigidas hacia atrás, impulsarán a todo trapo
las naves hacia adelante (ya sabéis, la famosa tercera ley de Newton).
Luego están los motores iónicos y de fotones. La idea es la misma pero lo que se proyecta hacia atrás
son haces de partículas ionizadas y rayos de luz respectivamente (no acabo de
entender cómo puede proporcionar empuje la emisión de un chorro de partículas
sin masa, pero eso es otra historia).
También he leído
algo sobre motores gravitatorios: la
nave proyecta delante de sus narices un agujero negro móvil que la hace avanzar
por la atracción de su enorme gravedad (un poco como el burro y la zanahoria).
La cosa suena un pelín fantástica, ¿no?
Por último
reseñar unos artículos donde se hablaba de un misterioso motor electromagnético cuyo inventor afirma que solo funcionará si
se prueba en el espacio exterior. Pues que lo haga, caramba, ¿a qué espera?
Llegados
a este punto, solo me cabe decir que me encantan esas astronaves que se pasean
por las buenas películas de ciencia ficción, con sus toberas encendidas al rojo
vivo, cruzando los espacios siderales con un ruido sordo, físicamente imposible
pero encantador... y así serán las naves que aparezcan en la serie “Procyon”
(También me fascinan las locomotoras de vapor, ¿qué le vamos a hacer?).
¿Y
cómo funcionan sus motores? ¡Qué más da! No es importante para el argumento así
que no pienso decantarme por ninguna de las opciones antes descritas (Les he
llamado “Hammerhead” porque suena
bien no porque describan ningún mecanismo concreto).
Elegid
vosotros mismos
RICARDO
MACHUCA.
viernes, 31 de julio de 2015
viernes, 24 de julio de 2015
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miércoles, 27 de mayo de 2015
miércoles, 13 de mayo de 2015
miércoles, 6 de mayo de 2015
miércoles, 29 de abril de 2015
miércoles, 22 de abril de 2015
miércoles, 15 de abril de 2015
miércoles, 8 de abril de 2015
miércoles, 1 de abril de 2015
Sobre el humor (o la falta de él) en "Procyon"
En
la pasada Expocómic de Madrid (diciembre de 2014), un perspicaz lector que se
acercó hasta el stand de Dib-buks para que le hiciera un dibujillo, me comentó
que le parecía sorprendente que este cómic, a pesar de sus momentos de humor y
de la ligereza de su peripecia, tuviera un argumento tan dramático (“va en
serio”, creo que fueron sus palabras). El comentario me pilló desprevenido y no
supe qué contestar. Pero al rato me di cuenta de que tenía toda la razón: esto
va a acabar pareciendo una tragedia griega... ¡y me niego a evitarlo!
Desde
el principio quise que los protagonistas de esta historia no fueran las naves
espaciales, las maravillas tecnológicas, la genética aplicada, los alienígenas
o los “ciber-chismes” (inevitables moviéndome en los terrenos de la
ciencia-ficción), sino los personajes y sus circunstancias.
Y
pronto descubrí, en el proceso de edificación de este ambicioso proyecto, que
podía disponer de personajes tan pintorescos o estrafalarios como la
imaginación me lo permitiera, siempre y cuando las circunstancias en las que
los situara fueran completamente “realistas” (al menos, todo lo “realista” que
puede ser un universo fantástico, se entiende. Supongo que los personajes deben
estar habituados a tratar con robots, naves espaciales, hologramas y
ciberespacios varios, por ser estos comunes en su vida diaria). Si partía de
una concepción surrealista, en la que puede pasar literalmente cualquier cosa
(muy agradecida en cuentos, fábulas y relatos cortos), no lograría la deseada
implicación emocional de los lectores. No se puede crear una situación de
suspense si te importa un bledo lo que le ocurra al personaje. No hay manera de
que te preocupes por la integridad física del protagonista si éste resulta ser
invulnerable, como de plástico (Anacleto muere al final de cada historieta para
reaparecer vivo en la siguiente, a Superman le tuvieron que inventar la
kriptonita para darle vidilla y a James Bond no le pegan un balazo de gravedad
ni queriendo). Además, es imposible que se entienda por qué cada personaje
actúa como lo hace si no tiene tras él una historia coherente, un pasado que lo
explique o, al menos, que lo justifique.
Y
no solo eso. Decidí que mis personajes actuarían de la forma más “natural”
posible en el brete en que les he metido y ante los terribles acontecimientos
que les tengo reservados (es un aviso que os hago, como guionista de esta
historia y como sádico vocacional... ¡que sin drama no hay sentimiento,
caramba!). Quiero que mis criaturas rían, lloren, amen, duden, se enfaden y,
sobre todo, que teman a la muerte. ¿Qué otra forma tengo de suscitar la empatía
del lector? (Quizá estamos demasiado acostumbrados a esos personajes de
novelas, películas y series de tv que no se sorprenden ante nada que les pueda
acaecer, por rocambolesco que sea; o que se lían a tiros con sus propios
familiares o amigos por un “quítame-allá-esas-pajas”; o que pierden a seres
queridos en horribles catástrofes y lo olvidan a los cinco segundos...). En una
palabra: quiero que mis personajes sean “humanos”. ¿Y qué hay más humano que el
humor?
Supongo
que en la “vida real”, si un tipo entra en un bar gritando que un vampiro anda
suelto, el resto de los clientes no se van a poner al instante a fabricar
estacas con las patas de las mesas; lo más probable será que le hagan chistes
sobre su suegra o sobre el ministro de hacienda de turno. Si alguien vocifera
en un centro comercial que Godzilla está pateando los coches en el parking, la
gente no correrá despavorida a buscar refugio en el metro; lo normal será que
le aconsejen cortésmente que deje de mezclar los medicamentos... hasta que el
techo se desplome sobre sus cabezas. Si quedo con un colega para que me
presente a una chica que quiere conocerme y el tío se presenta con Scarlett
Johansson, lo lógico será que me vuelva loco buscando la cámara oculta. Y, lo
que es más factible y no por ello menos triste, si un policía persigue, pistola
en mano, a un ladrón por una calle abarrotada y grita “¡todos al suelo!”, como
en las películas, lo más normal será que los transeúntes no hagan ni puñetero
caso y, muy al contrario, se aúpen para ver mejor qué está pasando o para hacer
unas fotos para su facebook con el consiguiente riesgo para su integridad
física.
Así
somos los seres humanos y así quiero que sean mis personajes. Y de ahí vendrán
la mayoría de los motivos de humor de la serie: de la siempre sorprendente
condición humana. Una fuente inagotable de bromas y chascarrillos, ¡qué le
vamos a hacer!
No
pretendo haber inventado nada nuevo. Cualquiera puede encontrar ejemplos de
esto que digo en la Historia de la Literatura y la del Cine (desde Cervantes a
Wodehouse y desde Hawks a Woody Allen. ¡Ilustres ejemplos, pardiez!). Solo me
gustaría aportar mi granito de arena a esta larga tradición. Espero no
defraudarla y tampoco a mis amables lectores. Gracias.
RICARDO
MACHUCA
martes, 24 de marzo de 2015
lunes, 16 de marzo de 2015
domingo, 8 de marzo de 2015
viernes, 27 de febrero de 2015
viernes, 20 de febrero de 2015
miércoles, 4 de febrero de 2015
jueves, 22 de enero de 2015
jueves, 8 de enero de 2015
Sobre el lenguaje en PROCYON
Todas las lenguas que en el mundo han sido, presentes o pasadas, vivas o muertas, han devenido en una versión popular, incorrecta en su sintaxis, laxa en la semántica de sus vocablos y preñada de palabras malsonantes cuando no de extranjerismos de innecesaria importación. Supongo que eso ocurrió con el acadio, el arameo, el griego, el latín... En su momento fueron la lingua franca, el idioma común y comercial de los imperios que las difundieron, y sus versiones vulgares, universales por necesidad y locales por vocación, dieron lugar, tras la caída de tales imperios, a nuevas lenguas de muy diferente pelaje y condición.
¿Y cómo sería el idioma común de los habitantes de la Federación, en el siglo XXV? Ni puñetera idea. Cabe imaginar una mezcla degradada del inglés (lingua franca del comercio y la diplomacia actuales), con abundantes préstamos del español (palabras concretas y simplificación de la pronunciación y escritura), del chino, del ruso, del francés, del alemán (términos técnicos, sobre todo), del hindi... y Dios sabe qué más.
Es de suponer que en cada planeta el lenguaje tendería a evolucionar independientemente, según la procedencia de sus colonos y del aislamiento obligado por las enormes distancias estelares, aunque la existencia de Supranet permitiría la comunicación “en tiempo real” entre todos los ciudadanos de la Federación y mantendría una cierta cohesión lingüística o, al menos, una mínima unidad idiomática. Aún así, seguro que habría versiones vulgares de esa lengua común. Los seres humanos siempre han tendido a personalizar (¿a “customizar”?) sus pertenencias más queridas. El idioma no iba a ser menos.
Teniendo presente todo esto, me planteé cómo deberían hablar los personajes de “Procyon”.
Podría haber optado por inventarme un lenguaje futurista, como hizo Anthony Burguess en “La naranja mecánica”, incrustando en la conversación vocablos inventados, nacidos de la mera evolución de la sociedad o derivados del ruso (o de cualquier otra lengua) que reflejarían la mezcolanza idiomática del momento.
También podría haber inventado un “castellano degradado”, al estilo de Russell Hoban en “Riddley Walker”, usando multitud de apócopes y abreviaturas, gran cantidad de palabras malsonantes, participios acabados en -ao...
Finalmente decidí que lo que le pegaba a la serie era utilizar un lenguaje sencillo, salpicado de vocablos en desuso (“caramba”, “bellaco”, “cantamañanas”) pero fácilmente comprensibles, y de frases hechas decididamente trasnochadas (“¡Y un jamón con chorreras!”), con la intención de ejemplificar el estancamiento cultural en que se encuentra la humanidad en ese momento y provocar un deseable efecto cómico. Espero haberlo conseguido.
En cuanto a la ausencia de tacos (algo sobre lo que me han preguntado), no he querido incluirlos en esta obra porque, aparte de no querer ofender a nadie y mucho menos a los posibles lectores menores de edad, me parece que una inmensa mayoría de estos “palabros” en castellano, por su origen medieval o renacentista, hacen referencia a una supuesta falta de honra u honor y a comportamientos sexuales “no normalizados” (por no hablar de los referidos a las mujeres, que siempre van por el mismo lado), y quiero creer que en la Federación del siglo XXV, a pesar de todos sus defectos, esas rancias ideas han quedado felizmente superadas.
R. MACHUCA- 8 de enero de 2015 (¡Viva la libertad de expresión!)
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