En
la pasada Expocómic de Madrid (diciembre de 2014), un perspicaz lector que se
acercó hasta el stand de Dib-buks para que le hiciera un dibujillo, me comentó
que le parecía sorprendente que este cómic, a pesar de sus momentos de humor y
de la ligereza de su peripecia, tuviera un argumento tan dramático (“va en
serio”, creo que fueron sus palabras). El comentario me pilló desprevenido y no
supe qué contestar. Pero al rato me di cuenta de que tenía toda la razón: esto
va a acabar pareciendo una tragedia griega... ¡y me niego a evitarlo!
Desde
el principio quise que los protagonistas de esta historia no fueran las naves
espaciales, las maravillas tecnológicas, la genética aplicada, los alienígenas
o los “ciber-chismes” (inevitables moviéndome en los terrenos de la
ciencia-ficción), sino los personajes y sus circunstancias.
Y
pronto descubrí, en el proceso de edificación de este ambicioso proyecto, que
podía disponer de personajes tan pintorescos o estrafalarios como la
imaginación me lo permitiera, siempre y cuando las circunstancias en las que
los situara fueran completamente “realistas” (al menos, todo lo “realista” que
puede ser un universo fantástico, se entiende. Supongo que los personajes deben
estar habituados a tratar con robots, naves espaciales, hologramas y
ciberespacios varios, por ser estos comunes en su vida diaria). Si partía de
una concepción surrealista, en la que puede pasar literalmente cualquier cosa
(muy agradecida en cuentos, fábulas y relatos cortos), no lograría la deseada
implicación emocional de los lectores. No se puede crear una situación de
suspense si te importa un bledo lo que le ocurra al personaje. No hay manera de
que te preocupes por la integridad física del protagonista si éste resulta ser
invulnerable, como de plástico (Anacleto muere al final de cada historieta para
reaparecer vivo en la siguiente, a Superman le tuvieron que inventar la
kriptonita para darle vidilla y a James Bond no le pegan un balazo de gravedad
ni queriendo). Además, es imposible que se entienda por qué cada personaje
actúa como lo hace si no tiene tras él una historia coherente, un pasado que lo
explique o, al menos, que lo justifique.
Y
no solo eso. Decidí que mis personajes actuarían de la forma más “natural”
posible en el brete en que les he metido y ante los terribles acontecimientos
que les tengo reservados (es un aviso que os hago, como guionista de esta
historia y como sádico vocacional... ¡que sin drama no hay sentimiento,
caramba!). Quiero que mis criaturas rían, lloren, amen, duden, se enfaden y,
sobre todo, que teman a la muerte. ¿Qué otra forma tengo de suscitar la empatía
del lector? (Quizá estamos demasiado acostumbrados a esos personajes de
novelas, películas y series de tv que no se sorprenden ante nada que les pueda
acaecer, por rocambolesco que sea; o que se lían a tiros con sus propios
familiares o amigos por un “quítame-allá-esas-pajas”; o que pierden a seres
queridos en horribles catástrofes y lo olvidan a los cinco segundos...). En una
palabra: quiero que mis personajes sean “humanos”. ¿Y qué hay más humano que el
humor?
Supongo
que en la “vida real”, si un tipo entra en un bar gritando que un vampiro anda
suelto, el resto de los clientes no se van a poner al instante a fabricar
estacas con las patas de las mesas; lo más probable será que le hagan chistes
sobre su suegra o sobre el ministro de hacienda de turno. Si alguien vocifera
en un centro comercial que Godzilla está pateando los coches en el parking, la
gente no correrá despavorida a buscar refugio en el metro; lo normal será que
le aconsejen cortésmente que deje de mezclar los medicamentos... hasta que el
techo se desplome sobre sus cabezas. Si quedo con un colega para que me
presente a una chica que quiere conocerme y el tío se presenta con Scarlett
Johansson, lo lógico será que me vuelva loco buscando la cámara oculta. Y, lo
que es más factible y no por ello menos triste, si un policía persigue, pistola
en mano, a un ladrón por una calle abarrotada y grita “¡todos al suelo!”, como
en las películas, lo más normal será que los transeúntes no hagan ni puñetero
caso y, muy al contrario, se aúpen para ver mejor qué está pasando o para hacer
unas fotos para su facebook con el consiguiente riesgo para su integridad
física.
Así
somos los seres humanos y así quiero que sean mis personajes. Y de ahí vendrán
la mayoría de los motivos de humor de la serie: de la siempre sorprendente
condición humana. Una fuente inagotable de bromas y chascarrillos, ¡qué le
vamos a hacer!
No
pretendo haber inventado nada nuevo. Cualquiera puede encontrar ejemplos de
esto que digo en la Historia de la Literatura y la del Cine (desde Cervantes a
Wodehouse y desde Hawks a Woody Allen. ¡Ilustres ejemplos, pardiez!). Solo me
gustaría aportar mi granito de arena a esta larga tradición. Espero no
defraudarla y tampoco a mis amables lectores. Gracias.
RICARDO
MACHUCA
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