SOBRE
LA VIDA EN “PROCYON” (PRIMERA PARTE)
Los
lectores habituales de la serie habrán descubierto, quizá con un cierto
estupor, que al menos dos o tres planetas de cada sistema planetario de la Federación albergan formas de vida
autóctonas (vida no inteligente, que de eso va este cómic). Esto podría parecer
normal si consideramos la obra como una mera fantasía de ciencia ficción a las
que el cine y la literatura nos tienen tan acostumbrados, pero resulta del todo
chocante si con lo que lo comparamos es con las noticias sobre exploración
espacial que la NASA y otras agencias nos van ofreciendo. En el Sistema Solar
hay muchas cosas maravillosas pero, excepto en La Tierra, por supuesto, la vida
brilla por su ausencia... ¡al menos de momento!
¿Por
qué he decidido que la vida sea algo omnipresente en “Procyon”? ¿Por qué, vayan
donde vayan los personajes, descubren animales y plantas alienígenas? ¿Es una
simple fantasía? ¿Es solo para dar ambiente a los libros? ¿Es para divertirme
haciendo fichas para este blog? En este artículo intentaré dar respuesta a
estas preguntas aunque para ello tenga que meterme en un auténtico berenjenal.
Ya que me voy a tirar diez años componiendo esta obra (¡que ya van cuatro,
caramba!) procuro reflejar en ella, aunque solo sea de pasada aquellos temas
que desde crío pican mi insaciable curiosidad y, qué duda cabe, el de la vida
misma es uno de ellos.
Este
es un asunto peliagudo y complejo en el que chocan frontalmente las más
diversas teorías biológicas, físicas, filosóficas y religiosas, dejando poco
margen de maniobra a los que modestamente queremos aclarar conceptos.
¿Qué es la vida? Esta es la pregunta del
millón. Todo el mundo cree saber lo que es la vida y cuando se plantea esta
cuestión evocan en su memoria, con total automatismo, imágenes de flores, mariposas,
pajaritos y bebés sonrosados, Nada más lejos de la realidad. En su inmensa
mayoría, los seres que comparten ese atributo que llamamos “vida” son
organismos unicelulares: bacterias, protozoos, algas cianofíceas, arqueas,
virus y una multitud de microorganismos que aún no han sido catalogados o ni
siquiera se han descubierto. Los seres pluricelulares (como nosotros) son una
rareza. Que grupos más o menos numerosos de esos microorganismos se hayan
asociado, especializándose por cuadrillas para realizar funciones específicas,
es un avance evolutivo que muy pocos de esos seres han experimentado. ¡Y de
alcanzar la inteligencia ni te cuento!
¿Qué es lo que define la vida? ¿En qué se diferencian esos
organismos que llamamos “vivos” de otras estructuras químicas de las que
decimos que “no están vivas”? En principio, dicen los que saben de esto, los
“seres vivos” se distinguen por compartir tres características fundamentales:
tienen capacidad de autorreplicación
(que se reproducen, vaya), tienen un metabolismo
(un intercambio físico-químico con el medio que les rodea) y una cubierta que les aísla de entorno. Así
de simple... ¡y así de complejo! Porque para que se cree vida en algún lugar
del universo las tres características tienen
que darse a la vez. Se conocen moléculas y cristales complejos con
capacidad de crear copias de sí mismas, estructuras químicas que interaccionan
con el medio en que se encuentren, alterándolo sin remedio, y vesículas
corpusculares de naturaleza lipídica que aparecen espontáneamente en los
lugares más insospechados. De ninguna de estas cosas se puede decir que estén
“vivas” porque carecen de alguna de las otras características antes comentadas.
La
vida tal y como la conocemos está basada en la prodigiosa capacidad del Carbono para combinarse de infinidad de
formas y maneras (algunas de ellas de reciente descubrimiento, como el grafeno,
que ha dado lugar a un avance significativo de la nanotecnología). En otros
lugares del universo puede haber aparecido vida basada en algún otro elemento de
la tabla periódica, ¿quién sabe? (el silicio, por ejemplo; un primo hermano del
Carbono) Pero ninguno de ellos muestra la increíble versatilidad del Carbono
para producir moléculas complejas. Por eso a la química del Carbono la
denominamos “Química Orgánica”.
Cabe
decir, aunque solo sea a título de curiosidad, que en los primeros millones de
años del universo no existía el Carbono. Después del Big Bang los únicos
elementos que había eran Hidrógeno y Helio. Los elementos más pesados fueron
creados en el corazón de la primera generación de estrellas. Cuando estas
estrellas primigenias concluyeron su ciclo vital y estallaron, regalaron al
universo los elementos fundamentales para que apareciera la vida en él:
Oxígeno, Nitrógeno, Fósforo... y, por supuesto, Carbono. Así pues, como decía Carl Sagan, estamos hechos de “polvo de
estrellas”.
Imaginad:
Millones de años después del Big Bang, tenemos un sistema planetario en
formación. En el centro de la nube de polvo en rotación que dejó la explosión
de una supernova empieza a lucir una joven estrella, quizá de tercera o cuarta
generación (como El Sol). En torno a ella se van agrupando los materiales de
derribo formando montones que serán el germen de los futuros planetas. ¿En
cuáles de ellos podría aparecer la vida? Los que sean capaces de poseer Agua Líquida, por supuesto. El agua es
la clave de todo. Es el disolvente natural más extendido del universo y el
medio neutro ideal para que floten esas moléculas que se organizarán para crear
vida. ¿Y en qué planetas de ese sistema que estamos imaginando habrá agua
líquida? Los que estén a la distancia adecuada de la estrella para tener una
temperatura superficial entre 0 y 100 grados ¿es así? Sí y no. Recientes
investigaciones han descubierto que en el interior de algunos satélites de
planetas gigantes también puede haber agua en estado líquido por muy alejados
de su estrella que estén (Encelado y Europa en Júpiter, por ejemplo). La fuerte
gravedad de estos planetas calienta el núcleo de sus satélites y hace, por
tanto, que el agua que puedan contener permanezca en estado líquido. Ahí
también puede haber vida, ¿o no?
Recapitulemos.
Tenemos un planeta rocoso en formación, con su vulcanismo desbocado, sus
desaforadas tormentas, meteoritos y cometas que caen día sí-día no del cielo...
y sus charcas de agua sucia (pero líquida) donde junto a litros de ácido
sulfúrico, clorhídrico, y alguna que otra porquería más flotan indolentes esas
moléculas de algún compuesto de Carbono que de forma milagrosa darán lugar a la
vida. ¿Cómo? Pues ni puñetera idea. En el siglo pasado, dos osados científicos
(Miller y Urey creo que se llamaban) realizaron un experimento notable: En un
sofisticado crisol vertieron unas medidas de las sustancias que creían debían
existir en esa Tierra primigenia, lo cerraron herméticamente y lo sometieron a
fuertes sacudidas, descargas eléctricas e intensas radiaciones. Cuando
consideraron oportuno lo abrieron y descubrieron, con alegría y decepción a
partes iguales, que se habían creado aminoácidos (“los ladrillos de la vida”)
pero nada que pudiera considerarse “vivo”. ¿Y qué esperaban? ¿Obtener en unos
meses lo que a la Tierra le costó millones de años? ¡Lo sorprendente hubiera
sido que al abrir el crisol hubiera salido un hámster!
La
semana que viene os hablaré de ARN, ADN, entropía y sobre qué demonios tiene todo
esto que ver con el cómic “Procyon”. ¡Hasta pronto!
R.
MACHUCA-16
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